30.6.16

Plomadas con prisa



Plomadas con prisa
Salíamos en pocas horas para una sesión de pesca de costa que incluía la noche completa del sábado al domingo. Como es una modalidad de entretenimiento que en los últimos años habíamos practicado poco, una minuciosa revisión de avíos y equipamiento general se imponía; más aún, debido a que la mayoría de los participantes pertenecía a esa clase de novatos que requieren todo a la mano y algunas instrucciones de última hora para que el tiempo en la orilla del mar no les resulte fútil.
Afortunadamente, los años de práctica y algún listado de aprestos en el archivo, usados en otras ocasiones suelen ser útiles en ocasiones tales, cuando el verano  reclama mucha iniciativa para completar sus semanas con algo de actividad. Tiendas de campaña, mochilas, menaje de cocina de campaña... listos. Avíos de vara y carrete y los señuelos correspondientes, bastante bien, salvo algunas moscas que hubo que reponer. Reserva de agua, alimentación, a la orden. Avíos de pesca a mano... hubo que recorrer unos cuantos kilómetros buscando oferta de yoyos de línea a mano y suficientes anzuelos, hasta que nos conformamos con tres carretes de reserva, aunque el diámetro del nailon no fuera todo lo resistente que se esperara.
¿Qué faltaba? ¿Qué podía faltar, después de varios años en que ir de pesca significaba casi siempre ir a pescar a mosca, y en algunas ocasiones a vara criolla para reposar? Pues faltaba lo opuesto a esas modalidades, por supuesto: las plomadas para impulsar las líneas de pesca manual. Era ya viernes vespertino y el encargado de la logística recordó que había desechado no menos de dos ocasiones de adquirir plomadas para la ocasión, pensando en dar prioridad en cada compra a los componentes esenciales: metros de línea, anzuelos. Sobre todo anzuelos, que los alegres principiantes –que se renuevan como tales en cada pesquería que enfrentan, de uno a otro año-, gastan en número de doble dígito sobre el áspero fondo marino.
Tarde ya para comprar, había que inventar. Algo de chapa de plomo, algo incrédula reserva para una ocasión que no se esperaba, había quedado en ese rincón que todos tenemos en algún sitio lo menos accesible del apartamento, lejos de la mirada de la administradora general y sus incontables atribuciones sobre el ornato y la higiene hogareños. Con esto habría suficiente para solucionar el lanzado de cordeles de la excursión... esperábamos. La cuestión era, no obstante, lograr convertirlos en plomadas, tal como exige el aparejo.
Fácil solución habría, en la época en que la pesca a mano en las orillas famosas de Piedra Alta, Bacunayagua o Playa Girón  eran el afán de cada asueto de la semana. Pero era asunto pasado, se ha dicho. No estando los viejos moldes en la maleta de las herramientas, había que innovar. Fundir el plomo se lleva a cabo en un envase de lata que posea las medidas de los que contienen leche condensada –todavía existen, créalo o no-. Para no divagar, la lata tiene un diámetro de 7.5 centímetros y una altura de 8 cm. Con la pinza de mecánico se formará una boquilla para dispensar el plomo derretido, y una lengüeta plana en el lado opuesto del borde para manipular este “crisol” con la misma herramienta. Colocados en el fondo de la lata unos recortes de plomo, preferiblemente planos para que se aproveche mejor el calor, mientras se derriten a la llama del fogón casero se ha de preparar el molde.
Con tiempo, habría unas cuantas variantes para preparar un molde que permitiera fundir las dos docenas de plomadas que necesitamos. Pero habíamos dicho que o hay, precisamente, tiempo. Una bandeja de huevos, con cavidades moldeadas en cartón para proteger las posturas, suele ser esta vez lo más accesible. Estas tienen treinta cavidades en cada cara, unas mayores y poliédricas, las otras afinadas como pirámides de tope redondeado. Escogida la cara más a gusto del pescador, conviene prepararlas para fundir.
Posiblemente pueda mejorarse el trabajo si se apoya la bandeja huevera sobre una tabla, ya explicamos por qué. En cada cavidad del fondo es necesario fijar un segmento de alambre que, una vez retirado, dejará en la pieza de plomo un canal por dentro del cual se deslizará la línea. La cuestión es que, para fijar dicha pieza de alambra, es necesario contar con una superficie en que afirmarlo, clavándolo de modo más consistente que el que ofrece la delgada pared de la bandeja de cartón. Entonces se fija esta sobre la tabla, se marcan en el fondo de cada molde la perforación donde se fijará el alambre y se colocan los segmentos de este, luego de cubrir sus extremos con una ligera capa de grasa de mecánica para desprender el plomo.
¡Todo listo! Con la pinza se toma cuidadosamente la aleta formada en el borde de la lata para manipular el plomo fundido, se vierte la cantidad necesaria en cada cavidad del molde y se espera un tiempo a que el metal se endurezca, para pasar las formas aun calientes a un recipiente con agua para enfriarlas. Luego basta con retirar los ejes de alambre y corregir las rebarbas del plomo fundido antes de guardar las plomadas en la caja de avíos.
El plomo, ha de tomarse en cuenta, es un material peligroso. Durante la fundición pueden provocarse graves quemaduras si no se tiene suficiente cuidado. Pero lo más preocupante es que este elemento químico es altamente tóxico, al punto que su empleo en la pesca se encuentra en retirada, aunque un sustituto de amplias posibilidades no ha sido, que sepamos, nominado.




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