Plomadas con prisa
Salíamos
en pocas horas para una sesión de pesca de costa que incluía la noche completa
del sábado al domingo. Como es una modalidad de entretenimiento que en los
últimos años habíamos practicado poco, una minuciosa revisión de avíos y equipamiento
general se imponía; más aún, debido a que la mayoría de los participantes
pertenecía a esa clase de novatos que requieren todo a la mano y algunas
instrucciones de última hora para que el tiempo en la orilla del mar no les
resulte fútil.
Afortunadamente,
los años de práctica y algún listado de aprestos en el archivo, usados en otras
ocasiones suelen ser útiles en ocasiones tales, cuando el verano reclama mucha iniciativa para completar sus
semanas con algo de actividad. Tiendas de campaña, mochilas, menaje de cocina
de campaña... listos. Avíos de vara y carrete y los señuelos correspondientes,
bastante bien, salvo algunas moscas que hubo que reponer. Reserva de agua,
alimentación, a la orden. Avíos de pesca a mano... hubo que recorrer unos cuantos
kilómetros buscando oferta de yoyos de línea a mano y suficientes anzuelos,
hasta que nos conformamos con tres carretes de reserva, aunque el diámetro del
nailon no fuera todo lo resistente que se esperara.
¿Qué
faltaba? ¿Qué podía faltar, después de varios años en que ir de pesca
significaba casi siempre ir a pescar a mosca, y en algunas ocasiones a vara
criolla para reposar? Pues faltaba lo opuesto a esas modalidades, por supuesto:
las plomadas para impulsar las líneas de pesca manual. Era ya viernes
vespertino y el encargado de la logística recordó que había desechado no menos
de dos ocasiones de adquirir plomadas para la ocasión, pensando en dar
prioridad en cada compra a los componentes esenciales: metros de línea,
anzuelos. Sobre todo anzuelos, que los alegres principiantes –que se renuevan
como tales en cada pesquería que enfrentan, de uno a otro año-, gastan en
número de doble dígito sobre el áspero fondo marino.
Tarde
ya para comprar, había que inventar. Algo de chapa de plomo, algo incrédula reserva
para una ocasión que no se esperaba, había quedado en ese rincón que todos
tenemos en algún sitio lo menos accesible del apartamento, lejos de la mirada
de la administradora general y sus incontables atribuciones sobre el ornato y
la higiene hogareños. Con esto habría suficiente para solucionar el lanzado de
cordeles de la excursión... esperábamos. La cuestión era, no obstante, lograr
convertirlos en plomadas, tal como exige el aparejo.
Fácil
solución habría, en la época en que la pesca a mano en las orillas famosas de
Piedra Alta, Bacunayagua o Playa Girón
eran el afán de cada asueto de la semana. Pero era asunto pasado, se ha
dicho. No estando los viejos moldes en la maleta de las herramientas, había que
innovar. Fundir el plomo se lleva a cabo en un envase de lata que posea las
medidas de los que contienen leche condensada –todavía existen, créalo o no-.
Para no divagar, la lata tiene un diámetro de 7.5 centímetros y una altura de 8
cm. Con la pinza de mecánico se formará una boquilla para dispensar el plomo
derretido, y una lengüeta plana en el lado opuesto del borde para manipular
este “crisol” con la misma herramienta. Colocados en el fondo de la lata unos
recortes de plomo, preferiblemente planos para que se aproveche mejor el calor,
mientras se derriten a la llama del fogón casero se ha de preparar el molde.
Con
tiempo, habría unas cuantas variantes para preparar un molde que permitiera
fundir las dos docenas de plomadas que necesitamos. Pero habíamos dicho que o
hay, precisamente, tiempo. Una bandeja de huevos, con cavidades moldeadas en
cartón para proteger las posturas, suele ser esta vez lo más accesible. Estas
tienen treinta cavidades en cada cara, unas mayores y poliédricas, las otras
afinadas como pirámides de tope redondeado. Escogida la cara más a gusto del
pescador, conviene prepararlas para fundir.
Posiblemente
pueda mejorarse el trabajo si se apoya la bandeja huevera sobre una tabla, ya
explicamos por qué. En cada cavidad del fondo es necesario fijar un segmento de
alambre que, una vez retirado, dejará en la pieza de plomo un canal por dentro
del cual se deslizará la línea. La cuestión es que, para fijar dicha pieza de
alambra, es necesario contar con una superficie en que afirmarlo, clavándolo de
modo más consistente que el que ofrece la delgada pared de la bandeja de
cartón. Entonces se fija esta sobre la tabla, se marcan en el fondo de cada
molde la perforación donde se fijará el alambre y se colocan los segmentos de
este, luego de cubrir sus extremos con una ligera capa de grasa de mecánica
para desprender el plomo.
¡Todo
listo! Con la pinza se toma cuidadosamente la aleta formada en el borde de la
lata para manipular el plomo fundido, se vierte la cantidad necesaria en cada
cavidad del molde y se espera un tiempo a que el metal se endurezca, para pasar
las formas aun calientes a un recipiente con agua para enfriarlas. Luego basta
con retirar los ejes de alambre y corregir las rebarbas del plomo fundido antes
de guardar las plomadas en la caja de avíos.
El
plomo, ha de tomarse en cuenta, es un material peligroso. Durante la fundición
pueden provocarse graves quemaduras si no se tiene suficiente cuidado. Pero lo
más preocupante es que este elemento químico es altamente tóxico, al punto que
su empleo en la pesca se encuentra en retirada, aunque un sustituto de amplias
posibilidades no ha sido, que sepamos, nominado.
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