11.5.10

3- Procedimientos de pesca.
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Pescando la trucha un fin de semana en el embalse de La Coronela, ubicada en el territorio del habanero municipio de Caimito, tuvimos ocasión de admirar la habilidad de algunos aficionados de la zona en el uso de la vara criolla. Algunos pescadores estaban metidos en el agua hasta algo más arriba de la cintura y en cierto momento la caña de uno de ellos formó un arco pronunciado. Era evidente que un buen pez había picado y el hombre estaba poniendo cierta fuerza para mantener la tensión.



Cuando el pescador consideró que la fuerte presión inicial de su presa había sido vencida, inició un rítmico balanceo de la caña, poco similar al bombeo que llevamos a cabo durante la acción de pesca con las técnicas de vara y carrete. La ventaja de estas últimas es que la mayor parte de las veces hay una buena reserva de línea en la bobina, lo que no sucede cuando se pesca con un trozo de monofilamento atado directamente al extremo de la caña.
El procedimiento hace un aprovechamiento máximo de la flexibilidad de este avío. La vara ha sido colocada en posición casi horizontal al agua, levantando para ello el brazo que la sostiene –derecho, en el caso observado-. La tracción comienza hacia arriba, firme, pero medida, sin prisa, sin desesperación. La táctica es levantar la pieza desde su nivel de agua hasta lo más cerca posible de la superficie, sin darle oportunidad de recuperar su posición.
Pronto pudo verse, casi a flor de agua, el reflejo dorado de las escamas del animal, luego el pez mismo aleteando en la superficie. La flexibilidad de la vara criolla, y el paciente y hábil trabajo del pescador le dieron el premio: una carpa de alrededor de cuatro libras. Si el aficionado se hubiera decidido desde el principio por la fuerza bruta, es seguro que el fino sedal no hubiera soportado el impacto de los tirones del pez, aun cuando su peso fuera inferior a la resistencia de aquel. Esto lo hemos visto –y sufrido- todos en bastantes ocasiones.
Debemos confesar que hasta ver tal prueba de fina habilidad con una vara criolla estuvimos creyendo que este avío era poco más que una opción para días de aburrimiento o cuando se carece de otro equipo de más sofisticada técnica. Pensando en ello, no dejamos de descubrir características que solo a este equipo corresponden. Por ejemplo, si se hala el pescador en una orilla bordeada de vegetación, es la vara criolla, con su versátil longitud, la que salva el obstáculo hasta el agua. Si tal masa vegetal es la flotante malangueta o jacinto de agua, puede el pescador arreglárselas, con la habilidad que hace más precisos sus lances, para colocar el anzuelo encarnado justo en el hueco que da paso al agua entre las hojas entrelazadas. Ni siquiera se ha de probar realizar estas acciones con otro equipo: una línea a mano o una vara de spinning u otro tipo de lanzado lograrían lo mismo: enredos.

La pesca con carnada, como en el caso de la vara criolla, es siempre una pesca a la espera. Algunos pescadores tienen tendencia al desplazamiento, sobre todo a lo largo del curso de los ríos, pero se ha comprobado que es una costumbre muy efectiva la creación de un puesto de pesca en el que se trabajará por varias horas, cebando consistentemente. Es común emplear como engodo la misma carnada que se esté colocando en el anzuelo, usando además puñaditos de tierra para atraer la atención de los peces. Lo más espectacular en cebado o engodo es el comején. Los nidos de comején se forman en los árboles, a veces a poca altura del suelo. Se debe cortar una porción, la que se necesite, sin destrozar innecesariamente el resto de la colonia. Vaya preparado con un saco de fibras de nailon para trasportarlo.

Siempre que llegamos al pesquero, es recomendable una rápida inspección visual para detectar los puntos más favorables para colocar el anzuelo, que uno sabe que se hallan siempre cerca de la vegetación o las solapas de la orilla, en un desnivel del fondo, una poza, cerca de las raíces de un árbol, que en nuestro país puede ser muchas veces el viejo tronco de una palma, muerta por la inundación dentro de un embalse, o viva y goteando palmiche sobre un cauce.

El paso siguiente es graduar la profundidad de pesca, lo más cercana al fondo posible. La boya, flotador o corcho, de la vara criolla, será siempre de un modelo que permita su fácil desplazamiento sobre la línea, para un rápido ajuste. El descenso de la carnada clavada en el anzuelo ocurre a una velocidad que depende de la cantidad de plomo que se haya puesto en la línea. A veces conviene bajar con cierta rapidez, para escapar a los guajacones y otras mini-tallas que merodean en la superficie o cerca de ella, pero el límite del lastrado de la línea estará siempre en el correcto equilibrio de la boya.

La carnada debe quedar bien asegurada en el anzuelo, pues en la zona de empleo de la técnica de la vara criolla abunda el alevín y los peces pequeños, muy hábiles en extraer la carnada sin dar señales de su acción. La lombriz –la que llamamos blanca o común, o la inquieta calandraca, que es la lombriz roja africana- se usa generalmente entera, dejando oculta o sacando afuera la punta del anzuelo, según el gráfico que nos propone León Lanier (1).


En agua dulce se hace un empleo bastante amplio de pequeños camarones fluviales, los llamados saltarines, entre otros, además de la ninfa de la libélula, que es un manjar especial para el solfish, pez sol o carpito. Cuando existen masas flotantes de malangueta o jacinto de agua (Crassipes sp.), un jibe es usado para introducirlo bajo las raices de estas plantas acuáticas y sacudir, sacando al aire los camarones, las ninfas de libélula, a las que los pescadores llaman “grillitos”, además de algún mamporro grande o pequeño, que es carnada para truchas.
Acá se usa a veces encarnar con masa de pan. Esto es, la masa no cocida que a veces se consigue con algún pandero amigo, o la masa de pan blanda. Pocas veces empleamos materias vegetales, como el maíz tierno, tan eficaz en Europa –debe serlo también acá- o el aguacate, que alguno creerá hoy día que es broma, pero que Vilaró lo comenta con encomio (2), con toda su autoridad científica, para la pesca del dajao, el joturo y otras especies. También se usa el palmiche, que gusta a los cíclidos biajaca y tilapia, y la pesca con hierba (3), que es especial para esta última.
En ocasiones, como en la pesca de la biajaca criolla con palmiche, se escoge un sedal de los más finos, un anzuelo recto, bien pequeño y muy afilado, y con una lata llena de palmiche, que es el fruto maduro de la palma real, se acomoda el pescador al pie de la palma que granea sobre el agua, en el silencio y la calma de la campiña, e imita con un impulso firme y bien medido el golpe de la frutilla sobre la superficie del agua. Una pequeña espera y sube el pez, o se recoge y repite el hábil gesto.

Hay otro arte tan sutil como el descrito en el párrafo anterior para vara criolla, la pesca de la tilapia con hierba. De esta técnica se estuvo escuchando por años, hasta que el autor halló a un pescador a la orilla del embalse de Niña Bonita, al oeste de la capital, con cuatro finas y cortas cañas, cuya principal característica es contar con plomos deslizantes, que ayudan con su peso a ubicar con exactitud el anzuelo y su fina hoja de yerba paraná justo en el borde de la malangueta flotante, bajo la cual come y se sombrea el pez. A la mínima picada, arrastra línea sin la tilapia, avisa el flotador y el que pesca se alerta y clava. Es pesca de paciencia y suave tacto.
Para lanzar, los pescadores levantan la caña hasta que el puntero alcanza una posición ligeramente posterior a su cuerpo, manteniendo siempre la línea por delante de la caña, y a continuación la extienden hacia delante con un leve impulso del puntero hacia abajo, que hace que la línea avance en una onda hasta tocar el agua en su mayor distancia, justo en el momento en que la caña se halla paralela al agua. Es un movimiento sencillo, bien medido, que aprenden enseguida hasta los niños. Algunos aficionados prefieren lanzar con un impulso fuerte, halando la línea desde atrás del cuerpo, para golpear el agua con dureza, lo cual está justificado, si acaso, cuando las condiciones de viento no permiten un lanzado más discreto.

Además de regular la profundidad a la cual pesca, el flotador constituye el recurso para detectar picadas. Este es precisamente uno de los atractivos de la pesca a vara criolla: la emoción de esa boya que en el lenguaje telegráfico de su danza en la superficie nos va contando la historia de lo que sucede allá abajo. Puede ser una sola hundida, hasta perder el corcho de vista, o un paseíllo misterioso en dirección a la vegetación, o saltos pequeños y leves hundidas. Talla e incluso especie del pez que saborea la carnada se deducen por los conocedores de esta técnica.
Si el flotador se hunde sin movimientos previos, de una vez abajo hasta perderse de vista bajo la superficie: pez grande, clave con firmeza y mantenga la caña fija, con una leve tracción hacia arriba, dejando que la flexibilidad del avío haga su trabajo. Si la boya da pequeños saltos en el mismo sitio sin hundirse, tenga por seguro que se trata de un pez pequeño, un alevín. Ojo: si la boya se desplaza por la superficie casi siempre en dirección a la vegetación o a una palizada esté alerta, porque una buena pieza puede estar a punto de darle un problema cuya solución las más de las veces le costarán un anzuelo y el extremo de su línea. También algunos expertos de la vara criolla son capaces de determinar la especie que está picando por la particularidad de ese movimiento del corcho en la superficie.

Nadie se ha dedicado a determinar el límite de talla de los peces que podemos capturar a vara criolla. En el fondo, es algo que depende de la resistencia de la línea, la solidez de la caña, la habilidad que pueda poner el pescador al tratar de sacar el pez que haya picado. Debe recordarse que las cañas todavía usadas en la pesca comercial del bonito responden al mismo principio que las deportivas, y los peces que ellos levantan de las aguas pueden tener más de 10 bien pesadas libras.

Un elemento importante, para hallar la respuesta a esta interrogante, es el rango de alcance de la vara criolla: no es muy amplio, lo mismo en distancia que en profundidad, sea que pesquemos desde la orilla, al vadeo o a bordo de la embarcación. ¡Pero ellas pescan! Insuperables en las aguas dulces para la pesca a la espera de biajacas, tilapias, guabinas, anguilas y hasta alguna trucha hambrienta y confundida. Coloque un recipiente para carnada al cuello (lata, pozuelo plástico, güira recortada, bolsa de tela), un accesorio para retener los peces, que entre cubanos casi siempre es una ensartadera de solución rápida (una cuerda con un listón o rama fina, corta y aguzada para pasarla de las agallas a la boca) y ya está.

Algunos pescadores, sobre todo de áreas urbanas, desconocen que la pesca con caña resulta eficaz y entretenida también en las aguas del mar. Tiene esta práctica su antecedente el Malecón de La Habana, que sepamos, durante la primera mitad del siglo XX. Entre los recuerdos que compartió con nosotros el pescador y navegante aficionado Salvador Pérez se hallan las largas cañas de bambú que usaban muchos pescadores en el litoral capitalino, aparejándolas con una línea de alambre de bronce, para pescar desde la costa gallegos, parguetes, cuberetas, caballerotes y rabirrubias. Tales cañas de bambú las conseguían en las estibas de sacos de arroz que llegaban al puerto de La Habana procedentes de Japón. Eran largas, de veinte a veintiún pies, y ellos tenían un procedimiento para prepararlas y dejarlas bien rectas.
Este uso se ha apreciado también entre pescadores de la costa norte de la provincia de La Habana. Aficionados de la localidad de Rosa Marina, en el municipio de Bauta, explicaron al autor que el mejor aparejo para la vara criolla en el mar es la línea de alambre, que disminuye los enredos en los corales y gorgonias del fondo, trasmite en instantáneas vibraciones la información de la picada y elimina las dudas en relación con la resistencia a la tracción o a la acción de corte de los dientes de los peces de mar.

Muy recomendable en este caso es el uso como carnada de los anélidos marinos que acá llamamos calandraca de piedra y calandraca de arena, además del macao, calamar y otras. El cebo se lleva también al cuello y el pescador cuelga en bandolera una bolsa cuya boca se cierra bajo el brazo opuesto al de manipular el avío.
Acerca de esta variante de empleo del tradicional avío contamos con dos valiosas referencias, anotadas en sus navegaciones en torno a Cuba por Antonio Núñez Jiménez, casualmente al sur y norte de la misma provincia, Matanzas. El barco pasa a la vista de Caleta del Toro, próximo a Playa Girón y el explorador escribe: "Sobre este ríspido y desértico litoral serpentea un trillo, y por él algunos pescadores de tierra adentro llegan a la costa para pescar con largas varas, encaramados sobre el diente de perro" (4).

Casi trescientas páginas más tarde, al describir el sector costero septentrional, entre los puntos de Puerto Escondido y Punta Seboruco, el geógrafo señala que ha visto pescadores solitarios con largas cañas en los túneles y grietas del acantilado. Luego apunta: "Al continuar navegando ante aquella sucesión de grutas marinas, vemos muchos depósitos consolidados de tierra roja entre las grietas y huecos de la caliza. Algunos pocos campesinos pescan desde las grutas altas. Uno saca un loro verde cuando pasamos frente a él" (5).

En la zona norte a la que se refiere Núñez Jiménez se observó en los años ’80 esta práctica: el pescador lleva una fuerte caña de unos 5 metros o algo más, aparejada con alambre y anzuelo. Como equipo auxiliar, tiene junto a sí una tabla a la que ha atornillado una maquinilla de moler carne. Cada vez que la picada disminuye, muele sardinas o chicharros u otro pez parecido que lleva en un recipiente de lata de cinco galones que tiene a su lado. Cada vez que muele, lanza el engodo a las aguas, luego toma la caña y parece magia el modo en que apenas toca la superficie que hierve y la levanta con un pez. Es una técnica que usa allí para la rabirrubia y la jiguagua o la cojinúa cuando andan en manchas. Contamos 92 peces capturados de ese modo en una casimba próxima.

Gonzalo León Lanier insiste en que la vara criolla debe trabajarse con las dos manos, prescribiendo que solo debe soltarse cuando se ha sacado un pez del agua (6). Muchas varas usadas en esta técnica son bastante largas y pesadas, lo que explica el criterio de este autor. Nada es mejor, en cambio, que una caña de longitud media –unos cuatro metros es suficiente-, bien recta y fina, con un secado óptimo que se descubre en la ligereza de su peso, para disfrutar el verdadero deporte de la pesca con caña. Entonces puede tomarse con una mano, para lanzar o cobrar, siempre que el peso del pez lo permita (enhorabuena si tiene que usar las dos). Lo que parece apropiado, lo deportivo en verdad, es pescar con la caña en la mano. Si está en competencia, hágalo siempre. No hacerlo es lo mismo que pescar al curricán y dejar que sea la embarcación la que capture el pez, para dedicarse el pescador únicamente a cobrarlo, ya vencido. Se ha de recordar siempre que, por muy afilado anzuelo que se use, es el pescador quien debe clavar, una vez que el pez ha picado, si se supone que lo que hace es pescar. Dejar que el pescado se clave a sí mismo, o suponer que lo hace, es una mala práctica que, además de poco deportiva, puede crearle una costumbre inapropiada por la que pagará cuando deba usar otros métodos más sensibles, ante peces más capaces de deshacerse del anzuelo, aunque éste tenga más de una punta, anótelo. Clave al instante de sentir la picada, lo mismo a vara criolla que usando línea a mano, pescando a spinning, a mosca o curricaneando agujas en el océano.
Nueve de cada diez veces, cuando un pez pica uno puede levantar la vara criolla hasta la posición vertical y la pieza vendrá elegantemente a nuestras manos, por la simple razón de que línea y caña tienen la misma longitud. Hay mucho pez pequeño en este tipo de pesca y ello no le resta encanto, sino probablemente sea parte de lo mejor de su diversión. Deje, por cierto, que una buena parte de ellos retorne al agua a crecer. De cuando en cuando le tocará uno que ya lo ha hecho y entonces recuerde la anécdota con la que iniciamos esta parte: deje que la caña haga su trabajo, flexione inteligentemente y de modo continuo hasta que el pez alcance la superficie. Entonces tómelo, se lo ha ganado.


NOTAS
1- León Lanier, Gonzalo, Lo que Ud. debe saber de pesca. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1989, página 102.
2- Vilaró Díaz, Juan, Algo sobre peces de Cuba con cierta extensión a los de Puerto Rico y los Estados Unidos. Imprenta de A. Álvarez y Compañía, La Habana, 1893, página 158.
3- http://avio-criollo.blogspot.com/2008/06/vara-criolla-pesca-de-la-tilapia.html
4- Núñez Jiménez, Antonio, Bojeo, Colección El hombre y la naturaleza, tomo III, página 32.
5- Ídem, página 326.
6- León Lanier, Loc. Cit.


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4- Competencias a vara criolla.

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