11.5.10



2- Aparejar la caña.
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Para la fabricación de la vara criolla se recomienda la selección de la caña más larga, recta y no ramificada que uno pueda encontrar. Se cortan los brotes y se pone a secar protegida de la humedad. La principal elección en cualquier lugar de Cuba es la cañabrava, aunque hemos visto que donde no existe esta planta preparan una vara de alguna especie arbórea que sea resistente, recta y, de ser posible, no demasiado pesada (1).
Cañabrava es el Bambusa vulgaris, que el sabio botánico cubano Juan Tomás Roig y Mesa identifica como Bambú, una graminácea de gran tamaño común a la orilla de los ríos, aunque solo menciona el uso en la confección de varas de pescar para otra especie, la Arundo donax o Caña de Castilla, que muchos no prefieren debido a su mayor fragilidad y menor duración respecto a la anterior. Roig refiere que el vocablo Caña brava –lo escribe separado en su Diccionario- es propio del occidente cubano, no así en Camaguey, donde le llaman Pito, ni en la zona oriental, donde la denominaban Cañambú (2). Es probable que el nombre común occidental se haya generalizado bastante en los últimos tiempos.
El corte de las varas recomiendan se realice en los días finales de la fase lunar de cuarto menguante, especialmente en los meses de seca, lo cual, en muy extendida opinión entre los campesinos, garantiza que la caña no sea atacada por insectos. El proceso de secado debe efectuarse de tal manera que la caña se mantenga todo el tiempo en posición rectilínea, sea colgada, con un peso atado en su extremo inferior, o atada a la viga de una vivienda, o fijada a una tabla entre dos hileras de clavos que le obliguen a mantenerse recta. La impregnación de la superficie con algún tipo de grasa a la cual se adicione un insecticida es recomendada como contribución a la flexibilidad del futuro avío y protección contra plagas futuras.
Puede lograrse la máxima rectitud de la caña mediante un tratamiento con fuego, que debe ser cuidadosamente aplicado para no perjudicar la cohesión de las fibras. Un método rústico usado para este fin consiste en usar un recipiente de aluminio, de los que llamamos “laticas” en el lenguaje coloquial cubano, y son usados comercialmente para la venta de refrescos y cervezas con capacidad de 33 cl, recortado por la mitad. En este recipiente se vierte alcohol común de cocina hasta o más de la mitad de su altura y se coloca en un lugar seguro.
Este trabajo lo realizan algunos pescadores en posición sentados, con la fuente de calor frente a ellos, a la altura de las rodillas. Resulta práctico usar un bloque hueco de construcción, en uno de cuyos orificios se asegura la “latica” con alcohol, mientras la superficie dura del bloque sirve de apoyo para corregir las curvaturas de la caña. Se ha de trabajar con guantes que protejan las manos del calor y frotar la caña con un paño empapado en agua cada vez que se enderece un tramo con calor, para que la nueva forma sea fijada. No es un procedimiento fácil y debe tomarse en cuenta el peligro potencial del uso del fuego, por lo cual no es recomendable.
Las mejores varas criollas constan de una sola pieza, pero como muchos pescadores tienen que usar el transporte público para trasladarse a sus lugares de pesca, entonces es común que se separe la caña en dos o tres secciones, cortando siempre sobre los nudos de la planta, mientras las uniones son reforzadas con emboquillados de plástico o aluminio que se empalman en el momento de armar el avío para la pesca.
Para reforzar el extremo del puntero se entorchan 10 a 15 centímetros de su extremo con vueltas unidas de un cordel fuerte o monofilamento de nailon. A veces un refuerzo similar se extiende de tramo en tramo hasta la mitad de la caña, dicen que para asegurar que si el puntero se quiebra durante la pesca no se pierda el pez. Hoy día no he visto que nadie se tome tanto trabajo al parecer porque la mayoría piensa que una caña bien curada, cuidada y manipulada no habrá de partirse con ninguno de los peces que habitualmente pescamos a vara criolla.
Una vez que se ha elegido y preparado la caña, esta debe aparejarse para su uso. Debe escogerse la línea adecuada, que puede ser un tramo de monofilamento de nailon cuya resistencia no se ha visto que sea objeto de regulación particular. En general las líneas muy finas pescan mejor, pero en vara criolla usted compite con mucha frecuencia con las empalizadas y plantas que podrían estar presentes en los mejores pesqueros, cuyos enganches y poder abrasivo pueden hacerle perder tiempo. Una línea de 12 o 15 libras de resistencia parece ser masivamente aceptada. Si un calibre más fino es deseado, podríamos ensayarlo como líder, de modo que resulte más fácil de sustituir si es perdido y es menos arrastrado por el viento.
Líneas más fuertes se emplean, pero no parecen justificadas en esta pesca. Una particularidad indeseable de las líneas de mayor calibre para esta pesca es la memoria del monofilamento de nailon, que mantendrán las vueltas de la bobina en que se enrolle, salvo que se mantenga la línea en la caña todo el tiempo. Poca eficacia tendrá la pesca con caña si la línea no puede transmitir inmediatamente el toque del pez a la carnada.
Hoy día son contados los pescadores que usan la línea de alambre –acero, alambre dulce o bronce, si lo encuentra-, pero unos aficionados del poblado de Rosa Marina, municipio habanero de Bauta, explicaron al autor que es la elección más exitosa para la pesca marítima a vara criolla. El alambre transmite fielmente vibración de la picada, desciende rectamente al sitio donde le destinamos y no se enreda en las piedras u obstáculos del fondo, pues no descansa sobre él como ocurre con el nailon cuando el pescador se descuida.
Una forma práctica de tener nuestro equipo disponible con toda rapidez cada vez que vamos a pescar a vara criolla es colocar una presilla en el puntero y un quitavueltas o conector de dos argollas en el extremo de la línea opuesto al anzuelo. Este conector lo construimos de alambre. Nuestra línea aparejada puede enrollarse limpiamente en un pequeño carrete, que podemos hacer con un cilindro recortado en plástico flotante, y desenrollarla en el momento de armar la vara. Algunos pescadores no necesitan esta prevención, pues sus cañas se guardan todo el año con la línea lista, pero ya hemos visto que en algunos casos los pescadores deben construirse cañas desarmables para transportarse a los sitios de pesca.
Usted verá que los apasionados a la pesca con vara criolla se esmeran no sólo para que su avío sea fuerte y bien equilibrado, sino para que tenga buena presencia. Si se ve bonito, trabaja bien, creo que ha dicho alguien. Una vara recta, de superficie limpia y brillante, con una línea nueva, anzuelo pequeño y afilado, lastre bien colocado y de forma discreta, flotador fino y equilibrado, pintado para que sea impermeable y cuyo color lo haga visible... Todo es imagen del pescador cuidadoso, cuyo éxito está asegurado.
Para Gonzalo León Lanier (3), los anzuelos especialmente recomendados para la pesca a vara criolla pertenecen a la serie 2330 fabricada por la compañía noruega Mustad & Son. Se trata de anzuelos fabricados con alambre de sección circular, con la punta dirigida hacia la izquierda, ojo redondo y de buen diámetro, cuya numeración va en sentido inverso a su tamaño, del número 1 al 22. Es una buena recomendación, atendible como punto de partida, dado que durante las dos décadas desde la aparición de su libro el aficionado cubano ha tenido que echar mano de cuanta marca y modelo de anzuelo ha llegado a sus manos, tratando en lo posible de mantenerse dentro de los límites de un tamaño apropiado para este tipo de pesca.
Gustan mucho al aficionado del país algunos anzuelos de punta curvada hacia dentro y espinas sobre el vástago para evitar que se desplace la lombriz. En contraste, el autor ha usado anzuelos rectos y finos de la serie 3403 de Mustad, aproximadamente número 6, con gran ahorro de carnada y el escandaloso resultado de que todo lo que picó, entre la talla de un guajacón y una tilapia de dos libras y media, fue rotundamente retenido y sacado del agua. Del anzuelo para vara criolla, en suma: buen filo, pata corta, poco peso, ojo chico y ningún brillo. Lo que ha de verse es la carnada.
El plomo debe ser poco perceptible en su ubicación, aunque será colocado de tal modo que hale el anzuelo rápidamente hacia el fondo, no solo que haga flotar esbeltamente la boya. A veces es conveniente que la plomada pueda desplazarse apretadamente sobre la línea; para lograrlo, el pescador toma una lámina de plomo suave, un cuadrado de alrededor de un centímetro de lado, y lo dobla para envolver con él la línea, a unos 30 centímetros del anzuelo. Presionándolo muy suavemente con una pinza de mecánica y luego se le puede dar una forma almendrada mediante golpes muy cuidadosos que en ningún modo comprometan la integridad de la línea. De este modo el lastre no ofrece resistencia al agua ni tiene tendencia a enredarse continuamente en ramas o raíces sumergidas ni a arrastrar hierbas que delatan la línea. El color del plomo lo hace poco perceptible, aunque debe advertirse que este metal está siendo rechazado en todo el mundo por la peligrosa contaminación que provoca.
La mayoría de nosotros presta poca atención a la boya. Algunos se sienten conformes usando un inmenso tapón de corcho u otro material flotante, sin tomar en cuenta la resistencia que su volumen puede hacer al pez que pica en la carnada, avisándole del engaño o sirviéndole de apoyo para robar lo que estaba destinado a capturarle. Es esencial un fino equilibrio entre el lastrado de la línea y la capacidad de retención de la boya, de manera que ésta cumpla la doble función de mantener nuestro anzuelo pescando a la profundidad elegida, mientras responda al toque mínimo que pueda darle el más pequeño guajacón.
Este concepto de equilibrio es celosamente recomendado por pescadores españoles que se dedican a la captura de ciprínidos con carnada, mediante el uso de procedimientos de pesca a la espera con caña y flotador, que pueden ser aplicados en las técnicas denominadas rabouisienne, enchufables o inglesa. Sobre todo en la pesca inglesa es impresionante el despliegue de flotadores elegidos para lograr tal equilibrio. Si para cobrar una carpa de más de diez kilogramos se despliega tal arte piscatorio, este debe ser no menos útil para cobrar peces de menor talla, como tilapias y soles, que deben dar una elegante defensa si somos capaces de tratarles con un poco de sutileza.
Los fabricantes de modernos avíos han copiado el viejo y elemental diseño de las cañas de pesca en algunos de los equipos actuales; han creado cañas enchufables que alcanzan unos 14 metros ensamblando tramos, y han desarrollado modelos de varas telescópicas muy confortables para transportarlas. Pero la esencia de esta técnica sigue la misma: un largo vástago, que a la vez que funciona como palanca aporta una flexibilidad indispensable para lidiar inteligentemente con el pez.
Antes de la aparición del monofilamento de nailon, los pescadores cubanos usaban pita catalana -una cuerda de fibra vegetal- como línea de pesca, y anzuelos sin argolla. Salvador Pérez, un aficionado y protagonista de un bojeo recreativo a Cuba a mediados del siglo XX (4), nos instruyó en conversaciones que tuvo con el autor en los años ’90 respecto a las técnicas y aparejos de pesca que se empleaban en el Malecón de La Habana cuando era un niño. Alrededor de 1935, dice, él y su padre ganaban algún dinero preparando un antorchado de alambre, con una gasa que facilitara a los pescadores la conexión de esos anzuelos a la línea de pesca. Una ferretería de La Habana les pagaba 60 centavos por cada ciento de anzuelos así preparados.
La profundidad de pesca se regula generalmente con una boya, que el pescador cubano construye con más o menos arte: un tapón de corcho ha sido en todas las épocas la más socorrida solución, pero desde que este material natural ha sido desplazado por soluciones más modernas, pues el aficionado busca otros materiales. El más accesible son recortes de foam de sandalias playeras, boyas de pesca con red recaladas a las costas y hasta madera de balsa original traida por el mar a las orillas cubanas. Los cubanos afines a las tareas marinas que residían próximos a zonas cenagosas daban fácil solución a sus necesidades en materia de boyas para pescar y corchos de redes usando para este fín la raíz del bagá, un árbol silvestre bastante común en el país (5). Por lo general la profundidad efectiva es próxima al fondo, aunque lo ideal es que el anzuelo casi toque, pero no llegue a asentarse sobre el fondo. No siempre se usa el flotador ni tampoco la plomada.
Para lograr la máxima efectividad con la vara criolla es conveniente alcanzar un punto de equilibrio perfecto entre el peso del plomeado y la flotabilidad de la boya; cuando se carece de una idea precisa respecto a las dimensiones que debemos dar a esta parte crucial del avío, es mejor probar la relación colocando la boya en un corto tramo de línea y adicionando plomo hasta que llegue a hundirse la medida conveniente. Lo ideal sería que, una vez que se determine la cantidad de plomo adecuada, pesarla y elaborar plomos de ese peso para tenerlos de reserva. En la práctica lo que haremos es preparar varios plomos de recambio. Por lo general lastramos con lámina de plomo envuelta y presionada sobre la línea. El plomo no puede ser tan grande que su choque con la superficie del agua provoque excesiva alteración o ruido. Poco plomo y colocado de forma tal que contribuya lo menos posible a enganchar hierbas es virtud del buen aparejo.
Del otro lado, poca boya, fina, bien visible pero hundible a la menor presión: los peces pueden sentir la tensión provocada por una boya demasiado grande y declinar la carnada. Puede suceder que la resistencia de la boya sea tal que con este apoyo el pez arranque la carnada del anzuelo con mayor facilidad. Una boya muy fina y ligera, (ver dimensiones y pesos de las que yo he fabricado; calcula peso de plomos que la hunden hasta la mitad), pintada en dos colores y con su línea media marcada, contribuye con la eficacia de un instrumento de precisión a detectar picadas.
Además de perfecto equilibrio en la combinación plomada/flotador, una línea bien fina contribuye a incrementar la pescabilidad de nuestro avío. El aficionado cubano tiene hasta hoy una irreductible tendencia a sobrevalorar la importancia de la resistencia de línea. Ello proviene del afán casi exclusivo de capturar el pez a toda costa. Muchas discusiones hemos tenido y presenciado en las que un pescador se niega tozudamente a creer que un pez pueda ser capturado con una línea menos resistente que su peso. Uno mismo se ha asombrado al comprobar, por datos y por videos, cuanto puede hacerse con un equipo de vara y carrete de línea fina. Una vara criolla bien equilibrada, con una línea apropiada y una sabia manipulación tiene asimismo un gran rango de acción.
A veces uno se lleva sus sorpresas. En el barrio ganadero de Ben Tré, al oeste de La Habana, conocí un herrero que solía pescar con una cañabrava de tres metros, centímetro más o menos. Me hace llamar el hombre al pasar por la puerta de su casa, para preguntarme si llevo una línea de pesca que necesitaba. Le muestro un carrete de monofilamento italiano de 15 libras de resistencia y me dice:
-Ah, no, no. No como ese: como éste. Y muestra su vara criolla, aparejada con uno de esos cables de nailon que usan los albañiles para correr sus niveles cuando levantan muros de bloques.
-¿Es que pesca usted en el mar?
-No, en la presa. Nada más que en la presa.- Luego toma el extremo de la línea y muestra al visitante- Y mire: de dos en dos.
En el extremo de la línea, atada por el mismo centro, había una alambrada corta y rígida y en cada extremo de ella había un anzuelo. Nada, que en casa del herrero lo que no ha de faltar es hierro.


NOTAS
1- En algunos sitios de Cuba hemos escuchado que usan al efecto el dagame (Calycophyllum candidissimun) y más aun el macurije (Matayba oppositifolia); es probable que no sean las únicas.
2- Roig y Mesa, Dr. Juan Tomás, Diccionario Botánico de nombres vulgares cubanos, Editora del Consejo Nacional de Universidades, La Habana, 1965, tomo 1. Véanse las páginas 141-142 (Bambú), 241-242 (Caña brava) y 242-243 (Caña de Castilla).
3- Gonzalo León Lanier. Lo que Ud. debe saber de pesca. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1989, páginas 38-39.
4- Fotos, La Habana, noviembre de 1952.
5- Roig y Mesa, Op. Cit., tomo 1, página 137.


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3- Procedimientos de pesca.
4- Competencias a vara criolla.

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