1.12.11


PRODUCCIÓN ARTESANAL DE ANZUELOS
Durante la década final del siglo veinte, en aquellos días cubanos de penurias mayores que se llamaron del período especial, la solución de los avíos de pesca formaba parte de las urgencias, por razón de que con ellos unos cuantos se empeñaban en capturar peces para el consumo del hogar e igualmente para la venta. Esta demanda generó un pequeño sector de producción y servicios que movilizaba un surtido muy bien definido de artículos, del cual formaban parte varas y carretes de spinning, señuelos de producción artesanal, fabricación de balsas a partir de neumáticos de vehículos y bloques de la llamada poliespuma, la venta de monofilamento de nailon de diversas procedencias y una activa y variada artesanía de anzuelos, que gozó incluso de cierta saber hacer técnico indudablemente derivado de fa formación metalúrgica de algún involucrado.
La fabricación de anzuelos, debido al alto nivel de consumo de este componente del avío de pesca, fue una de las de mayor actividad, aspecto que ha llegado a nuestros días debido a que el mercado oficial nunca ha sido capaz de conocer la demanda, mucho menos satisfacerla, en ninguno de los renglones de este segmento comercial, a pesar de que la oferta en establecimientos eventualmente creados con carácter especializado, fue siempre en moneda libremente convertible en la etapa que se menciona.
Diversos materiales y procedimientos se ensayaron en la producción artesanal de anzuelos, con muy desiguales resultados en cuanto a calidad. En el nivel más elemental se emplearon alambres recuperados de los cordajes de neumáticos de vehículos o de eslingas de izaje de grúas de construcción, pero se conoció de primera mano a técnicos que buscaban alambres de aceros específicos y trabajaban sobre la base de una carta tecnológica no precisamente a nivel de aficionados.
Una vez conseguido una madeja del alambre apropiado, este era calibrado, destemplado con fuego, separado en tramos para facilitar el trabajo, estirado y sometido a una primera limpieza. Un cuidadoso trabajo de mesa venía a continuación, pues el alambre tenía que ser cortado en tramos medidos milimétricamente, de acuerdo con una tabla que establecía la numeración de anzuelo que iba a fabricarse según el calibre del alambre.
Para el corte existía una guillotina especialmente diseñada que permitía repetir la operación cientos de veces sin preocupación por una eventual alteración de la medida fijada ni daño a la hoja de corte. Otra herramienta específica fue creada para el paso siguiente, la conformación de la barba, muerte o gavilán del anzuelo, esa mínima y afilada pestaña metálica que es la clave del anzuelo en la retención de los peces. Esta resultaba la operación más delicada de todo el proceso, pro no por ello los imaginativos artesanos dejaron de resolver este requerimiento con una admirable repetitividad. El autor puede dar testimonio de que un millar de anzuelos podía ser producido durante una jornada continuamente, sin afrontar demasiados percances en el ajuste de la herramienta. Para hacer que ésta funcionara, se insertaba el tramo de alambre en un asiento metálico que poseía un orificio apropiado para ello, de profundidad calculada, y un corte en diagonal donde ajustaba al descender una cuchilla de acero biselada ángulo de 30 grados. Todo lo que debía procurar el operario era entrenar su brazo para que la presión sobre la palanca del mecanismo fuera siempre la precisa para levantar un fino, recto y fuerte espolón, que sobresaliera lo justo para cumplir su función, y el corte fuera tal que no llegara más allá de la mitad del diámetro del alambre, pues de ese modo la punta quedaría definitivamente debilitada y el anzuelo inservible.
Cada operación se llevaba a cabo en bloques de mil anzuelos, separados en mazos de 100. Concluida la operación anterior, el operario elegiría un troquel específico para la numeración de anzuelo que estuviera produciendo. Sobre la superficie superior de una agarradera de madera dura, se había fijado una placa de metal, encima de la cual un técnico muy hábil soldaba una lámina muy fina, de unos dos milímetros de alto, que reproducía la curva interior de cada tipo específico de anzuelo. Tomando el troquel en la mano izquierda –si era derecho-, el operario fijaba con la derecha el gancho del gavilán al afilado borde de dicha lámina, y en un firme y medido giro creaba el pozo del anzuelo. Repetida esta acción cientos de veces de un modo concentrado y consciente, no debe resultar raro que algunas personas nunca quisieran creer que los anzuelos que se les mostraban eran objetos artesanales, lo que había que demostrarles con un anzuelo industrial de similar número colocado junto al otro.
Agrupados por cientos los anzuelos en proceso sobre la tabla del operario, correspondía el rutinario y molesto paso –criterio muy subjetivo del autor- de redondear sus ojos con una pinza de puntas. Mucho ejercicio manual debe hacerse para obtener un ojo perfectamente redondo del discreto tamaño que requiere el anzuelo de acuerdo con su talla. Lo más importante: ni siquiera el mayor de los anzuelos en producción poseía un ojo similar a la más afilada punta de la pinza, de manera que olvidémoslo: era preciso aprender a hacer el giro, con la presión que requería el metal para quedar conformado en un aro perfecto que podía tener dos un milímetro de diámetro interno.
Después de que los tramos de alambre habían sido curvados y contaban con su gavilán y su bello ojo, era un paseo para el principiante darles el filo a sus puntas, que se ejecutaba con tres pases –dos laterales y uno plano frontal-, cuidando que la distancia entre el punto de penetración y la abierta hoja del gavilán fuera idéntica en todos los casos, lo que garantizaba un recorrido similar de la clavada en todos los casos, óptimo requisito en el momento de la captura del pez, pues equivale a la tensión que ejecutará el pescador al sentir la picada. Un recorrido demasiado largo podría frustrar el enganche, muy corto podría tener como resultado la disminución de la capacidad de retención del anzuelo y que el pez se liberara asimismo si la herida se ampliaba durante su defensa por escapar. Los anzuelos, que ya lo son totalmente, podían pasar al temple y luego eran sometidos en grupos de cien a una limpieza, agitándolos dentro de un frasco plástico mediado de arena sílice bien seca.
El paso final era el niquelado. Los cien anzuelos de cada grupo eran insertados en hilera sobre un tramo recto de alambre y se colocaban en la cubera electrolítica, sumergidos en una solución que contenía determinadas proporciones de sulfato y cloruro de níquel, ácido bórico y otros componentes. El operario principal del taller realizaba este paso, para el cual tenía establecidos de modo muy preciso la intensidad de corriente y el tiempo durante el cual cada bloque de anzuelo debía ser sometido a esta operación. No siempre se dio a los anzuelos la terminación en níquel, en ocasiones se ha visto acabados cadmiados, con su característico color amarillo, aunque son más comunes las terminaciones en estaño o aquellos anzuelos negros, que nunca rechazan los pescadores de agua dulce, a los que ningún procedimiento se les realizó, si acaso una limpieza final, tras el temple. Este paso, entretanto, lo realizaban unos pocos en un pequeño horno especialmente creado, pero una mayoría no apelaba más que a la llama de un quemador de keroseno, templando de uno en uno cada anzuelo, con un resultado muy desigual y poco confiable y, por supuesto, en muy inferiores volúmenes de producción.
Desde los pequeños anzuelos que en el país denominamos “mosca”, para la captura de carnada, hasta los grandes y fuertes usados para la pesca del pargo criollo y la pesca al curricán de peces de mediana talla eran producidos entonces. Los destinados a la pesca de fondo con carnada mostraban la sección redondeada del alambre con el que fueron fabricados y la punta desviada hacia un lado respecto a la caña o vástago. Los que se fabricaban para la pesca al vivo o para elaborar con ellos los jigs para la pesca a spinning que llamamos “pollitos” por su color amarillo, los identificábamos por su alambre relativamente más fino, su perfil recto y el acabado lateralmente martillado, siguiendo el diseño de los apreciados Mustads noruegos de la serie 3403 (Gonzalo León Lanier: Lo que Ud. debe saber de pesca, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1986. Impreso en 1990.), que el aficionado cubano ha llamado por mucho tiempo anzuelos “Zane Grey”.
Cuando el cliente, a quien se respetaba, insistía con demasiada complacencia en que aquel anzuelo que quería adquirir era “de fábrica”, se le mostraba uno original, señalándole el pequeño, claro e inconfundible golpe de troquel en la base del ojo, característico del anzuelo producido a máquina. Entonces compraba de todas formas los anzuelos artesanales, admirado del trabajo realizado por los desconocidos operarios. No es extraño que todavía algunos recuerden aquellas producciones, muestra de la habilidad y del deseo de salir delante de nuestra gente.

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